20100806

Casa rosa (con marcos azules).

Por algo así como tres meses não llovió porra nenhuma, salvo una que otra chispeadita que nos hizo notar la enorme cantidad de goteras que había sobre la mugrosa falta de cielorraso; pero en esa casa no importaba mucho nada porque éramos estúpidamente felices con nuestros cubiertos robados, nuestras paredes anotador, nuestros desamores de verão y nuestra familia disfuncional.
Corría la liebre de março y nos encontrábamos en mitad del arduo proceso de dividirnos por la felicidad, asíeslavida, sei lá.
Brunito se había ido a la gran cidade do Rio a pasear al Loschi, a recorrer las entradas de las favelas, a surfar birra en Recreio, a delirarla en versión X-tudo con el Carioca; Meli a la jungla pradera mágica a vivir una novela de la tarde cortita y mojada entre bambúes, y la Romi la había seguido bailando de aquí pa allá, como siempre, a ahogarse un poquito en la cascada más linda que se ha visto.
Así que esa noche, mi última en la morada rosada, quedábamos la mitad más alguno en plan maconhero saudade y ya ni precisábamos entrar por las ventanas.
Harían unos quarenta e dois graus, fácil, la Pela dormía con algún garçon pero el resto íbamos y veníamos del chuveiro gelado al living abandonao.
Con el viejo Reimon y Gri decidimos que era menester sacar todos los colchones al patiecito delantero, cuna de rones Montilla, cenas de sobras de mariscos con frutas con chocolate, pizzas caseras e Itaipavas, 51 secretos y tambores, gallinas, puterío y la peque.
Y ahí conseguí morir un poco, unas pocas horas, en el colchón del Fili que era una roca y mi toallalmohada repleta de hongos soñó cualquiera.
Amaneció y aún dormían, menos yo que dormitaba y todos los otros malucos animales que chillaban porque el cielo iba a explotar en cuestión de horas, y nosotros ni enterados, salvo el Juancrú que llegó después del gallo. Pa no perder la costumbre, dado vuelta y sacando fotos a tudo mundo post-mortem, puso Almafuerte al palo y cayó rendido en su sillón de cemento, aunque todas las camas estaban vacías ya.
Al rato comenzó el cantado diluvión, me levanté y me fui cargando mi mochila repleta de ropa que nunca jamás iba a secarse, silbando fuerte, pero sin saludar.
Los caminos fueron tomados y la casa más localinda del pueblo se quedó hasta sin piano en cuestión de días.
Según cuenta la leyenda los dueños por ley transformaron nuestros muebles cirujas pintados a mano y la colección más grande de futuras pipas de agua en una gran hoguera sin sentido a la que no fue nadie, ninguém, ni siquiera Tito.

Por lo menos limpiar las paredes les debe haber costado un huevo.

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