20080219

Alud.

Raymundo nos escribía desde la tumba, lo juro.
Aunque luego descubrimos que no, que no había tumba aunque estábamos casi seguros que sí, que había. Por suerte no era imprescindible saber si sí o si no por esos días porque la muerte ya no nos amedrentaba tanto ahí en el acantilado; era una de esas veces en que la lejanía es mas o menos lo mismo.
Entonces seguíamos, y a los minutos aparecían de la nada, todos juntos en un planeta de esos apartados de todos los otros que éramos nosotros también; el espacio se interiorizaba, iba variando de lugar hasta formar un terceto de espacios diferentes según el delirio de turno.
Lo que casi nunca variaba era el unicornio negro.

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